viernes, 9 de agosto de 2013

Universalidad de las emociones primarias


Actualmente siguen existiendo defensores y detractores de la universalidad de las emociones. Por un lado están quienes defienden que la expresión de las emociones es un patrón de respuesta innato y por otro quienes aseguran que está determinada por el aprendizaje y la experiencia. Los primeros defienden la existencia de una serie de emociones básicas, universales, de las que emergerían el resto de emociones; mientras que los segundos mantienen que no existen tales emociones primigenias.

La mayoría de los seguidores de la Psicología de las emociones asumen el modelo neurocultural de Ekman. Según dicho modelo existiría una “programación neural facial” central, que “enlaza cada emoción primaria con un conjunto de impulsos neurales, de patrones característicos de impulsos dirigidos a los músculos faciales” (Ekman, 1972, pág 216). Para la Psicología de las emociones (modelo clásico) las expresiones faciales tienen una base innata, siguen pautas fijas de acción y están vinculadas a las emociones. Cualquier conducta facial de exhibición sería debida a una contribución genética, mientras que cualquier diferencia regional debería ser interpretada como “cultural”, reflejando por ello algún tipo de aprendizaje. Dicha formulación deriva principalmente de los primeros estudios transculturales de la expresión facial de las emociones desarrollados a partir de la década de los setenta por investigadores como Ekman, Izard, Frijda, Brown, Buck, Oster, Saxton y otros. Probablemente sean Ekman e Izard quienes proporcionaron los estudios transculturales más amplios y difundidos, incluyendo estudios con etnias aisladas e ilitaradas (Ekman, Sorenson y Friesen, 1969; Ekman y Friesen, 1971; Izard, 1971) y revisando la literatura más relevante del momento.

Paul Ekman, a partir de dichas investigaciones transculturales que realizó con individuos destacados de la tribu de Papua de Nueva Guinea, estableció una lista de emociones básicas universales (cuestión que ya había sido planteada por Darwin, pero que no demostró). La mayoría de la comunidad científica del momento estuvo de acuerdo en que los hallazgos de Ekman eran  totalmente válidos. Entre las expresiones que clasificó como universales se encuentraban las siguientes: alegría, ira, tristeza, miedo, asco, y sorpresa; incluyendo con posterioridad también al desprecio (esta emoción y su expresión puede reconocerse universalmente).

Las emociones primarias cumplen una función adaptativa y nos han ayudado a sobrevivir. Movilizan o desmovilizan el cuerpo, nos preparan para el ataque o la huida, y todo ello supone la activación o preparación de determinados músculos para apoyar esas acciones. El cerebro, además, envía mensajes a sus glándulas endocrinas, que controlan la producción y liberación de hormonas y, a su vez, el SNA regula los órganos sobre los cuales no ejercemos control voluntario, como el estómago o el corazón.

Sin embargo, desde una perspectiva teórica evolutiva, el modelo ecológico-conductual ha criticado la idea de establecer una vinculación entre expresión facial y experiencia emocional. Las expresiones faciales serían pautas fijas de acción que no denotan una emoción determinada, sino que tienen como objeto establecer comunicación e interacción social, ya que indican una serie de intenciones conductuales. Los defensores de la ecología de la conducta, argumentan que la expresión facial es distinta si el individuo se encuentra aislado a si está con otras personas. Los seres humanos manifiestan menos expresiones cuando están solos y éstas son mucho más expresivas ante la presencia de otros. Así por ejemplo, en presencia de otros, la sonrisa no se produce en el momento en que se consigue algo deseado, sino al manifestarlo a los demás.


Para investigadores como Aland Fridlund las exhibiciones faciales son emitidas para servir a motivos sociales en el contexto en que se llevan a cabo (Fridlund, 1994, pág. 165). Respecto a la vinculación entre expresión facial y emoción, plantea la disociación que puede existir entre lo que se exhibe y lo que se siente y mantiene que existen situaciones en las que persiste la experiencia emocional en ausencia de movimientos faciales de exhibición (poniendo como ejemplo a los sujetos con parálisis facial, como la “parálisis de Bell”). Además, cualquier expresión facial tendrá un significado distinto, según el contexto social en el que se lleve a cabo. Así, un rostro lloroso tendrá un significado diferente si la persona está sufriendo por una desgracia que le acaban de notificar, o porque le acaban de comunicar que le ha tocado la lotería. Para Fridlund, las conductas faciales de exhibición emocional son manifestaciones de la intencionalidad social (disposición a atacar en el enfado, intención de obtener auxilio en la tristeza, deseo de ser abrazado o petición de socorro en el llanto, deseo de ser amistoso o disposición de afiliarse en la sonrisa, etc.). Critica las tesis sobre la universalidad de las emociones ya que las estrategias para demostrar dicha universalidad se han basado, en muchos casos, en la presentación de fotografías de rostros de individuos con expresiones posadas (no espontáneas), previamente preseleccionadas entre muchas otras, sin apenas variar el orden de presentación, con formato de respuesta de elección forzada, o de libre elección entre una serie de etiquetas (sin ser posible la respuesta espontánea del observador) y en ausencia de información contextual. Plantea que en muchos estudios transculturales sobre la emoción, los sujetos en realidad lo que hacen es asociar rostros con situaciones e intenciones. Para Fridlund, la hipótesis específica de que la alegría, la tristeza, el miedo, la sorpresa, el enfado y la repulsa (asco) son altamente reconocibles a partir de la expresión facial, se ajusta de forma clara solo en el caso de la alegría. Plantea hasta 8 posibles alternativas distintas sobre cómo la gente interpreta, de manera espontánea, los movimientos faciales asociándolos a una emoción concreta (véase Fridlund, 1994, págs. 294-298).

Otro reconocido experto en el campo de las emociones, las micro-expresiones, los gestos y la influencia de la cultura en el comportamiento no verbal, es David Matsumoto, quien afirmó que “la universalidad de las expresiones faciales de la emoción ya no se debate en Psicología” (Matsumoto, 1990, pág. 195). Este profesor de psicología, de la Universidad Estatal de San Francisco, es el fundador y director del Laboratorio de Investigación de la Emoción, donde se siguen llevando a cabo estudios sobre la cultura, la emoción, la interacción social y la comunicación.  En el 2009 fue uno de los elegidos para recibir la prestigiosa Beca Minerva, dotada de 1,9 millones de dólares, del Departamento de Defensa de EE.UU., para estudiar el papel de las emociones en grupos ideológicamente aislados.
Sin embargo, en la actualidad no solo se sigue debatiendo sobre ello, sino también sobre sus implicaciones.

Trabajos citados

Ekman, P. (1972). Universal and cultural differences in facial expression of emotion. En J. R. Cole (Ed.), Symposium on Motivation, 1971 (Vol. 19, págs. 207-283). Lincoln, NE: Nebrasca University.

Fridlund, A. J. (1994). Expresión facial humana. Una Visión Evolucionista. (J. Cerdas Ibañez, & I. Cardas Ibánez, Trads.) Bilbao: Desclée De Brouwer.

Matsumoto, D. (1990). Cultural similarities and differences in display rules. Motivation and Emotion, 14, 195-214.

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