
Actualmente siguen existiendo
defensores y detractores de la universalidad de las emociones. Por un lado
están quienes defienden que la expresión de las emociones es un patrón de
respuesta innato y por otro quienes aseguran que está determinada por el
aprendizaje y la experiencia. Los primeros defienden la existencia de una serie
de emociones básicas, universales, de las que emergerían el resto de emociones;
mientras que los segundos mantienen que no existen tales emociones primigenias.
La mayoría de los seguidores de la
Psicología de las emociones asumen el modelo neurocultural de Ekman. Según
dicho modelo existiría una “programación neural facial” central, que “enlaza
cada emoción primaria con un conjunto de impulsos neurales, de patrones
característicos de impulsos dirigidos a los músculos faciales” (Ekman, 1972,
pág 216). Para la Psicología de las emociones (modelo clásico) las expresiones faciales tienen una base
innata, siguen pautas fijas de acción y están vinculadas a las emociones. Cualquier
conducta facial de exhibición sería debida a una contribución genética, mientras
que cualquier diferencia regional debería ser interpretada como “cultural”,
reflejando por ello algún tipo de aprendizaje. Dicha formulación deriva
principalmente de los primeros estudios transculturales de la expresión facial
de las emociones desarrollados a partir de la década de los setenta por
investigadores como Ekman, Izard, Frijda, Brown, Buck, Oster, Saxton y otros.
Probablemente sean Ekman e Izard quienes proporcionaron los estudios
transculturales más amplios y difundidos, incluyendo estudios con etnias
aisladas e ilitaradas (Ekman, Sorenson y Friesen, 1969; Ekman y Friesen, 1971;
Izard, 1971) y revisando la literatura más relevante del momento.
Paul Ekman, a partir de dichas
investigaciones transculturales que realizó con individuos destacados de la
tribu de Papua de Nueva Guinea, estableció una lista de emociones básicas universales (cuestión
que ya había sido planteada por Darwin, pero que no demostró). La mayoría de la
comunidad científica del momento estuvo de acuerdo en que los hallazgos de
Ekman eran totalmente válidos. Entre las expresiones que clasificó
como universales se encuentraban las siguientes: alegría, ira,
tristeza, miedo, asco, y sorpresa; incluyendo con posterioridad también
al desprecio (esta emoción y su expresión puede reconocerse
universalmente).
Las emociones primarias cumplen
una función adaptativa y nos han ayudado a sobrevivir. Movilizan o desmovilizan
el cuerpo, nos preparan para el ataque o la huida, y todo ello supone la
activación o preparación de determinados músculos para apoyar esas acciones. El
cerebro, además, envía mensajes a sus glándulas endocrinas, que controlan la
producción y liberación de hormonas y, a su vez, el SNA regula los órganos
sobre los cuales no ejercemos control voluntario, como el estómago o el
corazón.
Sin embargo, desde una perspectiva teórica evolutiva, el modelo
ecológico-conductual ha criticado la idea de establecer una vinculación
entre expresión facial y experiencia emocional. Las expresiones faciales serían pautas fijas de acción que no denotan
una emoción determinada, sino que tienen como objeto establecer comunicación e
interacción social, ya que indican una serie de intenciones conductuales. Los
defensores de la ecología de la conducta, argumentan que la expresión facial es
distinta si el individuo se encuentra aislado a si está con otras personas. Los
seres humanos manifiestan menos expresiones cuando están solos y éstas son
mucho más expresivas ante la presencia de otros. Así por ejemplo, en presencia
de otros, la sonrisa no se produce en el momento en que se consigue algo deseado,
sino al manifestarlo a los demás.
Para investigadores como Aland Fridlund las exhibiciones faciales son emitidas para servir
a motivos sociales en el contexto en
que se llevan a cabo (Fridlund, 1994, pág. 165). Respecto a la vinculación
entre expresión facial y emoción, plantea la disociación que
puede existir entre lo que se exhibe y lo que se siente y mantiene que existen
situaciones en las que persiste la experiencia emocional en ausencia de
movimientos faciales de exhibición (poniendo como ejemplo a los sujetos con
parálisis facial, como la “parálisis de Bell”). Además, cualquier expresión
facial tendrá un significado distinto, según el contexto social en el que se lleve a cabo. Así, un rostro lloroso
tendrá un significado diferente si la persona está sufriendo por una desgracia
que le acaban de notificar, o porque le acaban de comunicar que le ha tocado la
lotería. Para Fridlund, las conductas faciales de exhibición emocional son
manifestaciones de la intencionalidad
social (disposición a atacar en el enfado, intención de obtener auxilio en
la tristeza, deseo de ser abrazado o petición de socorro en el llanto, deseo de
ser amistoso o disposición de afiliarse en la sonrisa, etc.). Critica las tesis
sobre la universalidad de las emociones ya que las estrategias para demostrar
dicha universalidad se han basado, en muchos casos, en la presentación de
fotografías de rostros de individuos con expresiones posadas (no espontáneas),
previamente preseleccionadas entre muchas otras, sin apenas variar el orden de
presentación, con formato de respuesta de elección forzada, o de libre elección
entre una serie de etiquetas (sin ser posible la respuesta espontánea del
observador) y en ausencia de información contextual. Plantea que en muchos
estudios transculturales sobre la emoción, los sujetos en realidad lo que hacen
es asociar rostros con situaciones e intenciones. Para Fridlund, la hipótesis específica
de que la alegría, la tristeza, el miedo, la sorpresa, el enfado y la repulsa
(asco) son altamente reconocibles a partir de la expresión facial, se ajusta de
forma clara solo en el caso de la alegría. Plantea hasta 8 posibles alternativas
distintas sobre cómo la gente interpreta, de manera espontánea, los movimientos
faciales asociándolos a una emoción concreta (véase Fridlund, 1994, págs. 294-298).
Otro reconocido experto en
el campo de las emociones, las micro-expresiones, los gestos y la
influencia de la cultura en el comportamiento no verbal, es David Matsumoto, quien afirmó que “la universalidad de las expresiones faciales de la
emoción ya no se debate en Psicología” (Matsumoto, 1990, pág. 195).
Este profesor de psicología, de la Universidad Estatal de San Francisco, es el
fundador y director del Laboratorio
de Investigación de la Emoción, donde se siguen llevando a cabo
estudios sobre la cultura, la emoción, la interacción social y la
comunicación. En el 2009 fue uno de los elegidos para recibir la
prestigiosa Beca Minerva, dotada de 1,9 millones de dólares, del Departamento
de Defensa de EE.UU., para estudiar el papel de las emociones en grupos
ideológicamente aislados.
Sin embargo, en la
actualidad no solo se sigue debatiendo sobre ello, sino también sobre sus
implicaciones.
Trabajos citados
Ekman, P. (1972). Universal
and cultural differences in facial expression of emotion. En J. R. Cole (Ed.),
Symposium on Motivation, 1971 (Vol. 19, págs. 207-283). Lincoln, NE: Nebrasca University.
Fridlund, A. J. (1994). Expresión facial humana.
Una Visión Evolucionista. (J. Cerdas Ibañez, & I. Cardas Ibánez,
Trads.) Bilbao: Desclée De Brouwer.
Matsumoto, D.
(1990). Cultural similarities and differences in display rules. Motivation and Emotion, 14, 195-214.
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