Queramos o no, la percepción de rostros
tiene una enorme trascendencia en nuestra sociedad. Existen diversos estudios
que ponen de manifiesto cómo las personas deciden si un político resulta
confiable o competente, tan sólo con ver durante unos segundos la imagen de su
rostro.
Siguiendo estos estudios, la apariencia tendría
una enorme importancia para aumentar las probabilidades de ganar unas elecciones.
Alexander Todorov, investigador búlgaro
de la Universidad de Princeton, llevó a cabo un estudio para valorar hasta qué
punto la gente elige a un candidato político basándose tan solo en la apariencia facial de
éste. Demostró que las personas pueden hacer una evaluación perceptiva de los
candidatos con apenas una mirada. Se trataba de juicios de personas que no
sabían que estaban ante políticos, pero resultó que en el lapso de tiempo que
va de los 100 a los 400 milisegundos, los sujetos sometidos al experimento encontraron
a esa persona como agradable, de fiar, competente, etc. Sus resultados le permitieron
afirmar que se puede predecir el 70% de las elecciones basándonos en esa simple
mirada a una imagen. No se trata de inferencias precisas, pero las realizamos muy
rápidamente y sin involucrarse nuestra mente consciente. Así, la percepción visual espontánea, rápida y
automática, funciona como un atajo para definir el voto hacia un candidato.
Pero esto mismo nos ocurre cuando conocemos
por primera vez a una persona, porque hemos generalizado nuestras experiencias
previas con las personas. Consideramos las caras
aniñadas como incompetentes, pero a la vez fiables, y clasificamos los
rostros con ojos juntos y mandíbula cuadrada como agresivos. Si posteriormente interviene el razonamiento, tan solo
reafirmamos nuestras suposiciones, aunque aparentemente sean erróneas.
El cerebro categoriza las caras, aunque no
tengamos la intención de evaluar un rostro. Clasifica la cara en una categoría
concreta y ello ocurre siguiendo un proceso
automático. El rostro, por tanto, en comunicación no verbal es tremendamente
importante y poderoso. Ante un rostro desconocido ocurren dos procesos:
el reconocimiento y la interpretación del mismo.
En el reconocimiento estaría implicado el lóbulo
temporal derecho. Esta zona del cerebro estudiaría el nuevo rostro y lo
cotejaría, en una fracción de segundo, con la base de datos interna de imágenes
de rostros, que tenemos por experiencias acumuladas. Estos registros emocionales
los científicos los sitúan en el córtex insular.
Nuestras expresiones faciales dependen simplemente
43 unidades musculares activas (Unidades de Acción, Paul Ekman). Las
combinaciones posibles de estas unidades musculares podrían dar hasta unas 10.000
expresiones diferentes, de las cuales unas 3000 serían significativas para
nuestras interacciones. En ese lóbulo temporal derecho también está
la zona responsable de captar la expresión
facial, captando incluso los microgestos
de nuestro interlocutor e interpretándolos. La información es enviada de nuevo
a la zona de evaluación del córtex insular, que se identifica
por los científicos como el centro de la empatía de nuestro
cerebro. Así, cuando vemos una cara pensamos que podemos sentir lo que siente
nuestro interlocutor, porque la circuitería inconsciente nos obliga a hacerlo,
pero no podemos controlarlo ni expresarlo con palabras.
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